Históricamente y hasta la actualidad, se ha conceptualizado a las maestras de primaria como mujeres que llevan pendientes de lápices de colores en miniatura, vestidos largos "estrafalarios" y varios pares de gafas. Este cliché está ligado a una cultura laboral norteamericana que menosprecia la profesión docente por considerarla de algún modo una carrera "blanda" y, por tanto, según nuestras normas sociales, una carrera más adecuada para las mujeres.
Este cliché se desarrolló a partir de los cambios de principios del siglo XIX que produjeron una feminización de la enseñanza, como detalla Nancy Hoffman en La verdadera profesión de la mujer, un retrato de las maestras entre 1830 y 1920. Según Hoffman, la industrialización y la urbanización de Norteamérica llevaron a los hombres a desempeñar trabajos mejor pagados y tecnológicamente más avanzados relacionados con la bolsa, las fábricas y la planificación urbana. Esto abrió espacio -y creó la necesidad- de que las mujeres ocuparan puestos antes dominados por los hombres, como la enseñanza. Con las mujeres al frente del aula, el puesto fue adquiriendo el cariz de ser una prolongación de la maternidad, y (como la maternidad), sufrió de prestaciones y salarios inadecuados.
A lo largo de esta historia, la educación como carrera universitaria fue ocupada mayoritariamente por mujeres estudiantes, mientras que los hombres se inclinaban más por carreras científicas, tecnológicas o empresariales. Pero esta tendencia parece estar cambiando finalmente. Si observamos los datos recopilados por la Oficina del Censo de EE.UU., que muestran la distribución de las carreras universitarias de 1975 a 2015, la plataforma de carreras Zippia descubrió que las carreras de educación se han reducido del 21,6% de todas las carreras al 7,6% . Este cambio se ha debido en gran parte a que las carreras de educación para mujeres han disminuido significativamente. De hecho, las mujeres que se especializan en educación han descendido del 32,4% de la distribución al 10,7%, pero los índices de mujeres en todas las demás especializaciones han aumentado. Las mujeres asisten a la universidad en cifras récord y estudian una gran variedad de materias. Pero son muchas menos las que optan por la docencia.
Este descenso en el número de mujeres que eligen especializarse en educación encuentra su contexto en las presiones contemporáneas para que las mujeres ocupen puestos STEM, así como profesiones orientadas a los negocios y las finanzas. Aumentar la diversidad de género en estos campos sólo puede ser un cambio positivo. Pero incluso más allá de este cambio de género, el alejamiento de las carreras de educación podría formar parte de una tendencia universitaria más amplia a dar prioridad a los estudios STEM "preparados para la carrera" frente a las humanidades. Por ejemplo, un campus de la Universidad de Wisconsin anunciado recientemente planea abandonar una amplia gama de carreras de humanidades y ciencias sociales, como inglés e historia, en favor de programas como marketing y finanzas. Si las escuelas están dando prioridad a programas con un supuesto mayor potencial de ingresos, es fácil ver por qué la educación podría quedarse en el camino.
Dado este menor interés por estudiar pedagogía, surge la pregunta de quién ocupará las funciones docentes en los próximos años. Si tanto las mujeres como los hombres están poniendo freno a convertirse en educadores, la profesión docente se perfila como quebrar. De hecho, esta cuestión se cierne no sólo sobre el futuro de la educación, sino también sobre una miríada de otras profesiones -en campos que van desde el cuidado de los niños a las artes- que se han visto eclipsadas y mal pagadas al lado de los codiciados empleos STEM.
ES 
EN 
FR 
PT 
